miércoles, 11 de julio de 2012

Ser funcionario

Esta es la definición de funcionario y no lo que intentan venderte, infórmate antes de emitir juicios, para eso ya están los que nos malgobiernan. Gracias por tu tiempo.
Muac. carpediem
 
 
1. Ser funcionario del estado no es simplemente tener un trabajo del que no te pueden echar —lo cual, por cierto, es mentira—. Es desempeñar uno de los pocos trabajos en los que uno no solamente trabaja por el bien propio, sino por el de toda la sociedad, sin mirar si cada individuo de la sociedad puede pagar el servicio que le prestas o no. Los empleos privados —por supuesto, muy loables y honrados, los que lo sean— consisten en que uno da un servicio o producto a quien lo pague. Los funcionarios ofrecemos nuestro servicio a todos, puedan pagarlo o no.
Ser funcionario del estado —e incluyo, por supuesto, las comunidades autónomas, que también son estado, según la Constitución— no es solo un empleo: es un orgullo y un honor. Es acostarte todos los días sabiendo que el fruto de tu trabajo se extiende más allá de poder cambiar las cortinas del salón o el automóvil.
2. Se llega a ser funcionario mediante un proceso selectivo bastante exigente (no por «aprobar un examen», como mienten los ignorantes y los enemigos de la función pública). Este proceso consiste, además de en reunir los requisitos necesarios —en mi caso, como profesor de Secundaria, haber obtenido un título de licenciado universitario y un curso especial de pedagogía, ahora máster—, en cuatro pruebas distintas: dos exámenes escritos, uno teórico y otro práctico; la defensa de una programación didáctica para un curso entero, y la exposición de una unidad didáctica (lo que toda la vida se ha llamado lección). El examen teórico contiene un cuerpo de alrededor de 75 temas; el corpus del práctico consiste, virtualmente, en la totalidad de los textos literarios o de cualquier índole expresados en castellano, dado que mi puesto es de profesor de Lengua Castellana y Literatura.
Aun así, la superación de esta prueba no te garantiza una plaza de funcionario, ni tan siquiera trabajar. En mi caso, la primera vez que oposité aprobé la mitad de las pruebas; la segunda, la totalidad de ellas, sin obtener plaza. A la tercera conseguí la opción de convertirme en funcionario de carrera, ya que no te conviertes en ello automáticamente, sino que después de superar el proceso selectivo debes cumplir un período de prácticas. Conseguir este trabajo es un proceso largo en la mayoría de los casos. En el mío, comenzó cuando inicié mis estudios de COU (algo así como el equivalente al Bachillerato actual).
Superar la fase de oposición no te garantiza una plaza de funcionario, ya que el proceso selectivo no consiste únicamente en las pruebas antes descritas, sino que también se tiene en cuenta, por un lado, la formación académica (en la que cuenta, por ejemplo, la nota obtenida en la carrera), y por otro la experiencia profesional.
Así que a la función pública se accede mediante todos los requisitos exigidos en la empresa privada, y algunos más, con la diferencia, además, de que estos requisitos son evaluados por un tribunal objetivo (al menos, tanto como puede serlo un tribunal compuesto por seres humanos). Lo único que no se nos exige, y que sí se exige a menudo en la empresa privada, es buena presencia (cosa que en mi caso es un alivio).
Una vez que eres empleado público no puedes echarte a descansar y esperar a que llueva el dinero. En el caso de los profesores, tenemos constantes visitas de los inspectores de Educación, que nos piden nuestras programaciones didácticas, nuestros cuadernos de profesor, y entran en nuestras clases sin previo aviso para comprobar que ejercemos nuestro trabajo con dedicación y profesionalidad. Si se comprueba que esto no es así, se nos puede iniciar un expediente disciplinario. Y esto es muchísimo más frecuente de lo que la mayor parte de la gente piensa.
3. A pesar de todo lo dicho, en los últimos treinta años los empleados públicos han perdido un 35% de su poder adquisitivo, mientras que los trabajadores, en general, han ganado un 42%.
4. Yo ofrezco un servicio y cobro por él. Me he preparado para él, y he demostrado en un proceso selectivo que soy el mejor para desempeñar el puesto. No juzgo los demás trabajos, su dificultad ni la manera de acceder a ellos si no los conozco.
Un frutero vende una sandía a un particular por un precio estipulado. Una vez realizada la transacción, la sandía es del comprador y el dinero del frutero. Dos días después, no puede aparecer el cliente a pedir al frutero que le devuelva parte del dinero alegando que las cosas le van mal o que no tiene trabajo. El comprador no tiene derecho a decir que el dinero es suyo.
Del mismo modo, mi trabajo lo realizo con profesionalidad y cumplimiento estricto. Lo que cobro me lo gano, no me lo «da» nadie, del mismo modo que el cliente no «da» su dinero al frutero, sino que se lo cambia por una sandía. Cuando ya se ha realizado el intercambio, el cliente no puede pedir el dinero de vuelta para pagar las letras de su coche. Debe buscarse la vida para obtener dinero de otro sitio, no quitárselo a quien ha realizado con él un intercambio justo.
Mariano Rajoy no tiene derecho a quitarme parte de mi salario —la paga extra de Navidad forma parte de mi salario anual— porque no sé quién debe dinero a los bancos. Yo solamente tengo una deuda: mi hipoteca, que pago puntualmente todos los meses. No le debo a nadie más. Siempre he pagado mis impuestos. No defraudo a Hacienda (ni a nadie). Si alguien debe dinero a los bancos, o a los mercados, no soy yo el que debe pagar esas deudas que otras personas tienen con otros entes. No hay derecho a que me sustraigan mi sueldo. No hay derecho.
5. La economía patria está mal, dicen, y me lo creo. Si todo el mundo debe arrimar el hombro, yo lo haré también (no el primero, ni el último, sino como uno más, puesto que soy un trabajador más).
Si es necesario sacar dinero de algún lado, y no hay otro sitio, aceptaré que me lo roben. Pero no mientras se destinen millones a subvencionar una confesión religiosa —lo cual es cada vez más anticonstitucional—, o a que los niños entren gratis a las corridas de toros. Primero paga a los profesores de los niños. Después llévalos gratis a ver ese espectáculo de tortura.
6. Cambio de sistema: eso es lo que se está fraguando. Está de moda criticar todo lo público, aunque la mayor parte de la deuda de nuestro país sea deuda privada, no pública. Sin embargo, vivimos en un país con una de las menores tasas de criminalidad de la UE. Sin embargo —a pesar de todos los informes PISA habidos y por haber—, la educación en España mejora lentamente. Sin embargo, nuestra vapuleada Sanidad pública ha permitido que nuestro país ostente el segundo puesto mundial en esperanza de vida, si exceptuamos naciones pequeñas como Macao o Andorra, y por delante de Francia, Alemania, Estados Unidos, Italia, Reino Unido, Canadá, Suiza y cualquier otro que se os ocurra, excepto Japón.
Todo lo del último párrafo se debe, en todo o en gran parte, a un sistema de función pública que, digamos lo que digamos, funciona. Y se lo van a cargar. Y nos afectará a todos. Y todo esto se hace para salvar a la banca.
7. Un último apunte: me eliminan la paga extra de estas Navidades. Dice vuestro presidente del Gobierno que se me devolverá en 2015 en forma de una aportación especial a mi plan de pensiones (o, explicado en castellano: en 2015, cuando me hayáis echado y la patata caliente esté en manos de otro, se os dirá que dentro de cuarenta años cobraréis algo más, como si en política o en economía pudiese preverse algo con esa antelación).
Este año no habrá Navidades. No para mí. Ni regalos, ni cenas, ni copas, ni viajes. Lo que voy a hacer con el dinero que me vas a quitar, presidente, es no gastarlo. Deduzco que muchos de mis colegas harán lo mismo. No sé lo que pretendes, pero vas a lograr cargarte toda la economía en un año.
(Quien alegue que esto es necesario porque la gente está en paro y no hay dinero, que piense un poco antes: también se reducen las prestaciones por desempleo; es decir: el dinero que van a robarme no va a contribuir absolutamente en nada a mejorar la situación de los desempleados, sino que probablemente la empeorará, ya que se notará, y mucho, en el consumo. El dinero que me quitan es para los bancos.)
Con todo, sigo estando orgulloso de dedicarme a lo que me dedico. Y en cuanto encuentre la puerta de salida, la abriré y me largaré. Cada vez está quedando más claro que, en este país, queremos que se dedique al empleo público, al bien común, el que no sirva para otra cosa y quiera conformarse con ser un eterno cornudo y apaleado.

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